Echar Raíces en el Aire. Instalación, 2022. El Hilo Vibrante, Museos del Banco Central, San José, Costa Rica, 2022.

Mis papás llegaron a Costa Rica durante los años 70 y empezaron a construir una identidad y una narrativa dislocada de su país de origen. De alguna manera esta construcción fue generando una isla, pero esta no ha sido una isla física, sino una familiar. Ellos no tenían raíces cercanas, ni un techo sobre sus cabezas, y tuvieron que crear un lugar de pertenencia en sus vínculos. Mi madre y mi padre construyeron mis raíces y las de mis hermanas en un lugar no siempre tangible. Era una isla que germinó raíces aéreas y diseñó un techo con lo que recogieron a su alrededor. Este lugar lo hicieron con ayuda de muchas personas como la comunidad china/taiwanesa, la familia Acón de Puntarenas, la familia Solano Rojas, vecinos, amigos, familiares, todas estas personas llenas de cariño y voluntad. Durante mi infancia este lugar fue mi universo: mi único refugio, el lugar donde pertenecía. Puedo reconocer que lo que me conforma a mí, lo bueno y lo malo, se debe a esta experiencia insular particular. 

Por muchos años, minutos y segundos interminables sentí angustia y miedo: miedo del vacío que existía fuera de mi isla. El vínculo que tenemos en mi familia nuclear es uno muy especial, fuera de nosotros 5 no habíamos más de los nuestros. El número 5 se fundió y se convirtió en unidad. A través de nuestra vida en Costa Rica esta isla con raíces y techo auto-germinados ha fungido como lugar de pertenencia también para cientos de personas que por múltiples razones distintas, pero regidos por el común denominador de la distancia y la búsqueda de arraigo, han encontrado no solo un espacio físico que los recibe con comida deliciosa curativa, sonrisas, juegos de azar chino, horas de conversaciones, té oolong, sino también un santuario: un espacio de aceptación, lleno de sus propias contradicciones, conflictos y defectos, pero siempre un lugar seguro, amplio, un lugar en dónde descansar de no pertenecer.

No sé cómo describir el vértigo que he experimentado como niña autóctona de esta isla flotante al pensar en la pérdida de ella. Debe ser por este vértigo que me consumía a mí misma tantas veces para protegerla y restaurar cualquier daño que encontraba. Conforme fuimos creciendo y agregando más miembros a nuestra isla, algunos pasajeros, otros que siguen disfrutando del cambiante paisaje isleño, lo que he aprendido y me ha ayudado a combatir mi angustia dominguera es la siguiente hipótesis: “El secreto de la isla que hicieron mis papás es que su propósito final era enseñar a sus habitantes que las raíces y el techo no siempre tienen que haber existido, ni es necesario que siempre estén, estas pueden moverse, generarse, se pueden construir y germinar, y luego pueden volver a cambiar.”

Cuando era más joven consideraba la dislocación provocada por la inmigración de mis papás como un factor que nos privó de cosas, lo cual es cierto. Lo que no vi hasta después para luego comprenderlo es que su decisión de echar raíces en el aire como un acto de magia me enseñó de lo que se trata la aceptación real. Me enseñó a hacer esa magia: a germinar raíces aéreas, que toman el agua invisible en el aire, y lo convierte en lugar, en familia, en santuario: en isla.

Video del Museo aquí

Fotografía por Juan Tribaldos